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Presentación de Ramón Portilla y su lista de las más bellas
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4 de Marzo de 2016

Presentación de Ramón Portilla y su lista de las más bellas

Desnivel

El Cervino, el Piz Badile, el Monte Kenia, la Aguja Poincenot o el Laila. La lista de las montañas más bonitas para Ramón Portilla es tan objetiva como el eterno debate sobre las rubias o las morenas. Para contradecirle o estar de acuerdo hay que leer antes Historias de bellas montañas, donde escribe con pasión de sus flechazos.

Ramón Portilla, Sebas Álvaro y Juanjo San Sebastián. Tres amigos y montañeros. O al revés, tres montañeros y amigos que empezaron la presentación de Historias de bellas montañas con el chiste que se hacen los viejos conocidos, ese que dice que su amistad dura más que muchos matrimonios. La intención era hablar de sus expediciones como tipos duros pero todos acabaron hablando de su amor por las más altas, por las más bellas, por las que tienen formas perfectas que les han tenido engatusados hasta que las han conseguido.

El libro Historias de bellas montañas recoge los flechazos de Ramón Portilla y ningún amigo puede convencerle de que añada o quite un pico. “Yo le dije que al texto le sobraban tres montañas y no me ha hecho ni caso”, se quejaba Sebastián Álvaro, que prologa el volumen. “A mí me consta que en este libro ha escrito más que en el resto de su vida”, decía Juanjo San Sebastián, que además de escribir la contraportada (dicen que) redactaba las postales para las novias, las reales, que se quedaban en casa cuando Ramón Portilla tenía citas con las cumbres.

En África, el Monte Kenia, aunque el Kilimanjaro sea más alto. El Cervino por única, por bellísima, porque es un ejemplo. El Alpamayo porque sí. ¿Y el Cerro Torre de la portada? “No sé, porque me encantaba”. La lista de las montañas bonitas de Portilla no tiene más lógica que la suya propia y eso es bastante, no aceptarlo sería meterse en un debate sobre las mil razones para el amor.

Sus referentes tampoco se prestan a demasiada discusión porque son los clásicos. “Me gustan los libros y todo lo que cae en mi mano lo colecciono. Dos me marcaron en mi juventud, Estrellas y Borrascas, de Gaston Rébuffat, y Los últimos problemas de los Alpes, de Anderl Heckmair”. También habló de Riccardo Cassin (“en su momento, hacer la Picolissima de las Tres Cimas de Lavaredo era una hazaña tan grande como el Nanga Parbat invernal”) y de Lionel Terray (citaba Portilla: “Si en realidad no hay ninguna roca, ningún serac, ninguna grieta que me esté esperando en algún lugar del mundo para detener mi carrera, llegará un día en el que, viejo y cansado, encontraré la paz entre los animales y las flores”).

Lo que ha hecho Portilla es cruzar las experiencias de los clásicos que abrieron y hablaron de ciertas vías con sus propias historias, contadas, además, con muchísima gracia”, le elogiaba San Sebastián. El público se reía al escuchar cómo fue la primera expedición a las grandes montañas de Ramón, a los veinticuatro, cuando trabajaba en una notaría donde no había más días de vacaciones que los treinta del convenio. “Mis amigos me dijeron que para ir al Thalay Sagar necesitaba tres meses, que me fuera con ellos y que luego ya nos apañaríamos. Me fui y ya nunca volví al trabajo porque me compré una moto y me dediqué a recorrer el Himalaya”.

Y así, de pico en pico, ha organizado Portilla su vida. Dos son los amores que le han dejado una cicatriz. Contaba que ha conseguido escalar todas las montañas que ha deseado salvo el K2 y que, después de cuatro intentos sin suerte, se ha convertido en esa chica del instituto que te gusta pero que nunca te da una cita. La otra es el Laila, la hermosa en árabe, que tiene el mismo nombre que la niña adoptada de un amigo cuya foto prometió subir a la cumbre. A la imagen le costó sus años llegar arriba y lo que en realidad subió fue el retrato de una adolescente. Tampoco Portilla bajó de la cumbre siendo el mismo: “¿Qué es más importante, conseguir un sueño o el tiempo en el que lo estás persiguiendo?”, decía, porque en la foto que alguien le hizo en su descenso del Laila no tenía cara de triunfo. “Cuando consigues algo con lo que has soñado también hay algo que pierdes, tienes que volver a enamorarte y no hay tantas montañas tan bonitas”.

 

El final de la charla se cerró con una canción de María Dolores Pradera que los tres amigos y montañeros (o viceversa) cantan cuando están juntos pero no aclararon por quién. Mujer real o montaña, dice esto:

No importa que sean dos minutos
o si es uno solo
yo seré feliz;
con tal de que vivamos juntos
lo mejor de todo
dedicado a mí.

Y luego cuando te reclamen
y otra vez te llamen
volveré a decir: el tiempo que te quede libre,
si te es posible, dedícalo a mí.