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Desnivel publica 'La montaña dentro', biografía de Hervé Barmasse
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18 de Mayo de 2016

Desnivel publica 'La montaña dentro', biografía de Hervé Barmasse

Desnivel

Reputado guía de montaña que desciende de padre, abuelo y bisauelo dedicados a lo mismo. En el libro que repasa su trayectoria habla de sus orígenes, de las cumbres inexploradas que ha pisado, de paredes vertiginosas, de nuevas aperturas y de sus ascensiones en solitario.

Yo apenas tengo tres semanas de edad, mi hermano casi tres años. Crecemos dentro de la novela doméstica del Cervino, que es una mezcla de amor y odio, atracción y repulsa. Un conflicto de familia. Papá heredó la pasión del abuelo, que no quería que él fuera guía pero finalmente le transmitió los genes. Mamá no sabía nada de las montañas, y no quería saberlo; se encontró en medio de aquello por amor”, cuenta el alpinista Hervé Barmasse (Italia, 1977) en su biografía La montaña dentro (Ediciones Desnivel).

Es el alpinista que tiene el récord de rutas nuevas en el Cervino, primeras ascensiones en solitario y primeras invernales, y cuenta también con una trayectoria más que interesante de expediciones en Patagonia y en las montañas del Karakórum. En el libro Hervé se describe a sí mismo y a su familia y cuenta también los detalles, pasiones, cansancio y emoción que han rodeado sus escaladas, esas que afronta con una concepción clásica y comprometida del alpinismo.

Su vínculo con la montaña le llegó de serie en los genes, aunque la disciplina que le atrapó en su juventud fue el esquí de competición, del que se separó por un grave accidente antes de los 16: “Instintivamente giro el tronco y levanto el brazo para protegerme la cara pero el impacto es violentísimo. Me estrello contra el mástil metálico, lo doblo treinta grados, siento un crujido y un latigazo, después se apagan las luces”.

En el hospital se produce esta conversación:

Doctor, ¿cuándo podré volver a esquiar?
Ahora, Hervé, hay que intentar caminar, y ya veremos si puedes correr. Si lo consigues, habremos logrado nuestro objetivo.

Cuando se recuperó, comparaba su situación con la de un caballo de carreras cojo, ese por el que nadie apuesta. “Me detesto, pero no puedo hacer nada al respecto”, escribía. “Los técnicos dudan, los adversarios ya no tiemblan, y quizá, incluso mis propios padres han renunciado”. Al poco, de nuevo otra conversación. Esta vez preguntaba su padre:

— ¿Está limpio el Mont Blanc?
— No sé, no me he fijado.
— El Cervino está limpio: si quieres...
— ¿Cuándo?
— Pasado mañana. ¿Te apetece?  

 

Y arrancó así la clásica historia en la que un flechazo dirigirá la carrera de protagonista, no exenta de carteles que anunciaban desvíos hacia zonas oscuras, como la época en la que fue profesor de esquí para ganarse un sueldo (“Para alguien que deseaba ganar y comerse el mundo, enseñar a los destripanieves era menos que nada”) y se dejó llevar por el torbellino suave del “fin de jornada, ducha, camisa limpia, fiesta, mujeres, alcohol, noche larga, sueño corto y empezar de nuevo”. Al final, una decisión: “Ahora el instinto me dice que estoy en una encrucijada y que debo cambiar el rumbo. No hay lugar para una mala copia de lo que soy... Quiero ser guía de montaña”.