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Entrevista a Eduardo Strauch: “Comer carne humana era la única solución que teníamos para sobrevivir"
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6 de Abril de 2016

Entrevista a Eduardo Strauch: “Comer carne humana era la única solución que teníamos para sobrevivir"

Desnivel

Hay historias más que conocidas que, sin embargo, atrapan una y otra vez. Como la de Eduardo Strauch, que sobrevivió 72 días en los Andes después de un accidente de avión. Venció el tabú cultural de comer carne humana para no morir y consiguió convertir el paisaje que fue su cárcel en una fuente de inspiración.

Era un día soleado de 1972. Un equipo de rugby salía de la ciudad argentina de Mendoza en dirección a Santiago de Chile para jugar un partido de rugby y, de paso, disfrutar de unas vacaciones baratas aprovechando el festivo del 12 de octubre. A la hora y poco de haber montado en el avión el jolgorio del pasaje dio paso a sensaciones muy distintas. Así lo recuerda Eduardo Strauch, uno de los supervivientes del accidente que ocurrió después. Su experiencia está recogida en el libro Desde el silencio y ayer rememoró algunos de los episodios de esos días en el programa Al Primer toque junto a Darío Rodríguez y Héctor Fernandez.

 

¿Cómo recuerdas los momentos previos al accidente?
Estaba recostado sobre la ventanilla de la derecha del avión, adormecido después de haber almorzado en Mendoza con vino tinto. Iba mirando la cantidad de nieve que había en la cordillera porque uno de mis objetivos era ir a esquiar a una estación chilena. De pronto el avión empezó a acercarse demasiado a los picos, me puse tenso y me quité el cinturón. El avión se sacudía, el fuselaje empezó a crujir y la tripulación se puso nerviosa. Todo el griterío y el jolgorio que había dentro de la cabina se silenció y sentí pánico porque vi que los picos estaban casi rozando las alas, así que me abroché de nuevo el cinturón y me puse en posición fetal esperando el desenlace. Un momento antes del impacto no dudé que era el final de mi vida. En esa posición noté cómo chocó un ala y el avión se partió en dos, recuerdo el ruido y el olor a combustible, el frío y el aire helado. Pensé que era el final pero el avión seguía en movimiento y yo dentro del fuselaje. Cuando paró abrí los ojos poco a poco esperando estar en mi cama y al abrirlos del todo me encontré con la cara de una pasajera muerta con su hija que viajaban detrás de mí. Ahí me di cuenta de que era real.

Lo más importante de la historia es la capacidad de supervivencia que tuvisteis. Para ello no hubo más alternativa que recurrir al canibalismo. ¿Cómo fue tomar esa decisión?
Por un lado fue muy sencillo: éramos jóvenes, queríamos seguir viviendo, vivimos una semana a base de pequeños trozos de chocolate y vino pero empezamos a debilitarnos mucho. Éramos conscientes de que no teníamos ningún recurso material más que nuestras mentes para poder encontrar una solución y rápidamente empezamos a notar que se nos debilitaba la cabeza, que nos costaba pensar, que nos mareábamos, que las ideas se nos confundían... Teníamos que encontrar una alternativa de alimentación con proteínas. Lo primero que se nos ocurrió a todos fue probar los cueros de los zapatos y de las maletas para ver si con eso conseguíamos la proteína vacuna que necesitábamos pero fue imposible, eran materiales muy industrializados y teñidos.

Al mismo tiempo, a varios nos empezó a rondar por la cabeza la idea de que la única proteína que teníamos al alcance eran los cuerpos de los muertos. ¿Se imaginan lo difícil que fue aceptar esa idea y efectuarla? Vivíamos con la carne de nuestros amigos que se habían muerto unos días antes. A muchos les costó pero yo enseguida me convencí de que era la única manera y mi conciencia nunca tuvo problemas. Vencer el tabú cultural fue lo más difícil. Los más reticentes se convencieron a la noche siguiente en una especie de cónclave donde nos ofrecimos los unos a los otros como alimento, nadie sabía quién iba a ser la comida de otro, fue muy emocionante y nos terminó de convencer. Éramos jóvenes, queríamos vivir, teníamos muchas cosas por delante.

Pocos días después del accidente, cuando estás más o menos asentados en la montaña, sufrís un alud que os volvió a traer la muerte...
Nos habíamos adaptado ya a la nueva sociedad que estábamos armando y a esa manera de alimentarnos. El 29 de octubre fue un día muy tormentoso con nevadas y ruidos que no sabíamos si eran volcanes del otro lado de la cordillera o temblores. Estábamos intentando dormitar a las 9 de la noche, estaba todo oscuro y solo se veían las brasas de algunos cigarillos, y empezamos a sentir una sacudida que movió todo. Nos aterrorizamos y en pocos segundos nos quedamos atrapados por una masa de nieve que se comprimió después de que cayera otra encima. Recuerdo que quedé como metido dentro de una barra de hielo, no podía mover los dedos ni la cabeza. Empezó a faltarme el oxígeno, pensé que era el final y me entró pánico. Recuerdo que me disculpé ante mis padres, les dije: “Me voy, viejos, he luchado todo lo posible, lo siento, me voy”. A continuación sentí un alivio enorme por dejar la supervivencia en la cordillera y luego empezó a pasarme la vida en imágenes claras y nítidas, como si fueran diapositivas. Luego sentí nostalgia por dejar el mundo, me iba y nunca más iba a estar vivo. A continuación vino la euforia, la felicidad y el placer absoluto. Iba hacia algo que me atraía, como magnético, y sentía felicidad espiritual, mental y física. Llegó un momento en que me pareció que estaba muerto y me entró curiosidad por lo que iba a pasar a continuación. En ese momento mi primo Adolfo, que estaba a mi lado, se aflojó en la nieve, me entró una bocanada de oxígeno y volví a la vida. Al principio con gran desesperación por regresar al horror, luego me volvieron las fuerzas. Cada vez que pasaba algo así, la lucha contra el destino nos daba más fuerzas para seguir.  

¿Nunca desesperasteis?
Antes de enterarnos de que cancelaban la búsqueda muchos sabíamos que no iban a vernos porque ya habían pasado aviones por encima de nosotros. Un día, en la radio que poníamos, oímos que se había suspendido la búsqueda: “El servicio aéreo de rescate de Chile suspende la búsqueda del avión uruguayo...” Eso fue otro mazazo y a la vez nos dio fuerza y ganas de vengarnos de las montañas. Pensamos que o salíamos por nuestra cuenta o no nos sacaba nadie. En ese momento ya éramos conscientes de las capacidades que tenemos todo los humanos y de que no se ponen de manifiesto hasta que no las necesitamos.

Después de varias semanas allí atrapados decidís salir de expedición.
La expedición final salió en diciembre, dos meses después del accidente, fue un proceso largo, esperamos a que el tiempo mejorara y preparamos la logística: hicimos sacos de dormir con el aislante del avión y los cosimos con alambre de cobre; hicimos una bolsa con jeans para conservar la carne; los zapatones eran de trozos de almohada de los asientos. Seleccionamos a los tres compañeros en mejor estado psicológico y físico y el 12 de diciembre salieron. El día era bueno pero la víspera se había muerto otro amigo y ya se nos hacía intolerable. También nos apuró el hecho de que se acercaba la Navidad y nos parecía tremendo pasar una Nochebuena allá arriba.

Pudisteis seguir a vuestros compañeros con la vista unos días.
Pensábamos que iban a tardar un día en llegar a la cumbre que veíamos y que a las dos jornadas iban a encontrar la civilización, pero no: tardaron tres días en alcanzar esa primera cumbre. Nosotros veíamos cómo los puntitos se achicaban en la nieve. Al tercer día se asomaron al otro lado y vieron que la montaña seguía más allá, que había kilómetros y kilómetros de picos nevados. Mandaron a uno de los compañeros de vuelta para que los otros dos tuviesen más comida y abrigo y ahí empezaron las esperanzas que se fueron perdiendo a medida que pasaban los días y no llegaban noticias. Cuando ya las teníamos perdidas, el décimo día de su partida, en la pequeña radio que oíamos empezaron a decir los nombres de Roberto Canessa y Nando Parrado. Fue el momento de mayor alegría me mi vida y ahí nos empezamos a preparar para la partida.

¿Qué sentisteis?
Fue una gratificación sentir que fuimos nosotros quienes lo habíamos logrado solos, sin ayuda de nadie, nos sentíamos abandonados por el mundo.

¿Y qué sentís al dejar ese sitio?
Fue muy sorpresivo. Los helicópteros no podían aterrizar porque el glaciar estaba muy peligroso y fuimos trepando hasta ellos. Al fin estábamos salvados después de tanta lucha y tanta espera. Al alejarnos del fuselaje este empezó a desaparecer entre la nieve y sentimos nostalgia y tristeza de irnos del lugar, cosa que no esperábamos. En ese momento no nos dimos cuenta de cuál era el motivo de que, en uno de los días más felices de nuestra vida, también sintiéramos nostalgia. Ese sitio había sido una cárcel y la tumba de nuestros amigos pero también habíamos creado una sociedad de la nada, habíamos vivido las emociones más fuertes, también habíamos tomado las decisiones más difíciles, y allí tuve los momentos de mayor felicidad porque entré en estado de meditación. Dejamos un hogar de dos meses y medio al que nunca pensé que volveríamos.

Pero tú sí que has vuelto. ¿Por qué?
Este año ha sido mi decimoquinta vez. Hay gente que no lo entiende pero a mí me hace mucho bien. El motivo principal es no olvidar lo que aprendí sobre mí mismo, sobre la vida y sobre la muerte. Se me empezó a borrar todo eso en la vorágine de la civilización y sentí la necesidad de regresar. El segundo motivo es volver con mi mujer, con mi familia y con mis amigos para que entiendan lo que viví.

¿Qué os mantuvo vivos?
Dos cosas. El instinto de supervivencia porque éramos jóvenes y el amor a nuestras familias. Todos sentimos lo mismo y enfocamos hacia ese objetivo, llegar a casa para abrazar a los que queríamos.


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