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Eider Elizegi, ganadora del Premio Desnivel de Literatura 2010
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25 de Octubre de 2010

Eider Elizegi, ganadora del Premio Desnivel de Literatura 2010

Eider Elizegi

Con el estilo poético que la caracteriza, capaz de mezclar lo más cotidiano con lo más profundo, igual que en su libro Mi Montaña, con las montañas en mayúscula y los nombres propios en minúscula, Eider nos desgrana su realidad y se presenta tal y como es, en una dulce conversación con los riscos de la Cordillera Blanca…

Apoyo todo el peso de mi cuerpo sobre los crampones con firmeza y clavo el piolet en la planicie que se extiende por encima de mí, a la altura de mi mirada. Tracciono de él para sacar los pies del murete que están escalando y subirlos a la misma altura que mis manos… y ya: ¡estoy en la cima! Mi piel congelada y mis pulmones escarchados por la sombra que llevan tantas horas bebiendo, agradecen el calor del sol. Bajo un cielo cremoso y añil que teje un tapiz transparente de nubes filamentosas, los hielos de las Montañas de alrededor se derriten al sol de puro gusto. 5.750 metros. Los mapas la llaman Pisco.

—¿Y tú quién eres? —me preguntan las aristas del Pisco Oeste cuando me ven asomarme con curiosidad hacia sus vertientes, que frente a nosotros se elevan como un cucurucho que chorrea helado de nata.

—…me llamo eider, pero no es eso lo que soy, ése es sólo mi nombre —le contesto, tratando de recuperar el resuello después del esfuerzo de la última trepada.

—¿De dónde vienes, eider? —quiere saber el Huandoy Norte. El cansancio y la altura ralentizan mis pensamientos.

—… no sé dónde está el origen… ¿dónde empieza un viaje? ¿dónde empieza una historia?

—En el principio de todo —me azuzan impacientes los Chacrarajus.

—Nací (si es que ése es el principio) con los ojos abiertos una noche huracanada de diciembre, hace 34 años. Cuando tenía tres meses, mi familia se mudó a la casa que mis padres habían construido en el campo, en Lasarte (Gipuzkoa), y allí me crié junto a mis hermanos rodeada de aire libre, hierba, libros, árboles y todo tipo de animales.

Fastidiada por no poder elegir más que una sola carrera, estudié biología pero, en vez de especializarme en zoología, como había pensado en un principio, me desvié hacia la rama biosanitaria. Cuando acabé la carrera me pasé cinco años y pico de bata blanca y poyata realizando una tesis doctoral sobre el efecto de una moleculilla minúscula llamada adrenomedulina en el cáncer de pulmón. Maté muchas ratas y perdí algunas dioptrías en los oculares de los microscopios. En aquella época, accidentalmente y en contra de lo que había creído toda mi vida, descubrí que me gustaba correr: me convertí en una corredora de fondo adicta a grandes dosis de kilómetros lentos, y poco a poco empecé a conocer los Pirineos y a escalar en roca. Según el criterio de los tiempos y las dificultades, siempre fui y seré una corredora patética, y una escaladora miedica y mediocre. Según la escala del disfrute… no quedaría tan atrás en las clasificaciones.

—Ya, ¿y después? —quiere saber el Yanapaccha.

—La investigación me resultaba apasionante pero demasiado absorbente, no me dejaba espacio para desarrollar otras facetas, así que en cuanto defendí mi tesis, dejé el Departamento de Histología y Anatomía Patológica de la Universidad de Navarra (¡cuánta letra mayúscula!).

Durante unos años trabajé y me divertí dando clases de apoyo en una academia a adolescentes vagos y a malos estudiantes desmotivados. Pasaba la semana en pamplona y todos los viernes me escapaba al Pirineo o a cualquier sitio donde hubiera rocas, donde por fin me sentía en casa.

Pero yo quería más. Yo quería estar en la Montaña, quedarme en la Montaña, vivir en la Montaña sin tener que regresar a la ciudad cada domingo por la noche. Sentada en silencio en el suelo de mi casa, cerraba los ojos y veía cumbres, nieves y rocas. Y así, con suavidad, empecé a llamar a Mi Montaña.

El verano anterior había viajado a los Alpes con Pilti, mi compañero de cordada. Entre otras Montañas, otros lugares y otras personas, conocimos al Mont Blanc, al refugio de Goûter y a Frank. "Si consigues un empleo para mí en Goûter, vengo" le dije. Y una temporada después, en contra de todo pronóstico, Frank consiguió trabajo para los dos en el refugio. ¡Perfecto!: ahora podía subir a una Montaña y quedarme en ella sin tener que bajar.

Desde siempre, para mí, el acto de mirar ha estado involuntariamente ligado a las palabras, pero hacía muchos años que no escribía sobre papel las frases que me contaban las imágenes que captaba mi mirada, y dejaba que se perdieran en el olvido. Pero escribir, tratar de coger una historia de cierto volumen y escribir algo un poco más extenso, era una de mis asignaturas pendientes. Pensé que mi estancia en Goûter podía brindarme un andamiaje argumentativo de suficiente entidad y una visión lo bastante original de la Montaña como para tratar de contarlo. Pero allá arriba el trabajo era tan extenuante y acaparador que nunca tenía tiempo ni energía como para escribir nada.

A los pocos meses de volver otra vez a mi casa y mi trabajo, un día de invierno que andaba sola por las nieves del Pirineo, me fracturé un tobillo. Aproveché el reposo para, partiendo de los mensajes de texto que había enviado desde Goûter a mi familia y a mis amigos, y que habían quedado almacenados en la memoria de mi móvil, empezar a darle forma narrativa a Mi Montaña. No fue fácil. Desde la cama, escribir Mi Montaña fue una de las escaladas más retadoras, apasionantes y vertiginosas que he emprendido hasta ahora. Tuve que superar muchos resaltes y ventiscas de mi interior. Sin la ayuda de mis amigos nunca hubiera llegado hasta la cumbre.

—Y entre el Mont Blanc y el Pisco, ¿qué más ocurrió? —el Chopicalqui bosteza aburrido de escuchar mis historias.

—La experiencia del Mont Blanc fue una prueba, como meter la mano en el agua para ver si estaba demasiado fría o no. Y estaba calentita. Y daba gusto sentirla abrazándome la piel desnuda. Y como yo seguía queriendo Montañas, y como escribir Mi Montaña me dio ganas de contar una historia de cuerdas desplegadas y piolets, decidí tirarme al agua de cabeza de una vez. Simplificar mi vida hasta lo mineral, desconstruirme, soltarme de todas las necesidades superfluas y de todas las ataduras posibles, para hacerme más libre y partir hacia nuevas Montañas. Dejé mi trabajo fijo y mi piso de alquiler, regalé todos mis libros y, con mi furgoneta convertida en mi casita móvil, me volví vagamontañas (http://vagamontanyas.blogspot.com).

Medio año antes, un día, después de que una tormenta nos escupiera de la arista de los murciélagos del Aspe, llegamos a las furgonetas y jordi rovira conectó su portátil: el escritorio se iluminó con la imagen de una Montaña de ensueño. "¿Dónde está eso? ¡Yo quiero ir ahí!". "¡Pues vamos", contestó él. Se llamaba Shaqsha. Así que nos vinimos a Perú y Bolivia unos meses para conoceros a todas Vosotras. Aquí, jordi me ayuda a subir a Montañas que yo sola no soy capaz de escalar, y yo cuento las Montañas con palabras que él solo no puede narrar: formamos cordada. Nos vamos a quedar unos meses más para escalaros; después jordi regresará a su casa y yo me quedaré un tiempo más por acá para aprender las historias, las canciones y las ideas que inspiráis en los hombres de vuestras tierras.

—¿Y es todo eso lo que eres? ¿Es eso, tiempo revestido de sucesos, lo que sois los hombres? —me pregunta el Artesonraju desde el fondo.

—No. Todo esto son sólo imágenes desvirtuadas y modificadas por la visión y la memoria. Una historia mitad vivida, mitad inventada por la mirada. Lo que soy, es este aquíahora. Lo que soy, es esta respiración elástica que me colma de aire, estos pies que perciben el hielo debajo de su peso, este aire que me roba el calor del cuerpo. Lo que soy es este paraje, esta luz, este instante. Soy los ojos que vosotras no tenéis para maravillaros ante vuestra propia Belleza; soy la emoción que os escala para disfrutar de la felicidad que vosotras no podéis saborear porque no tenéis consciencia. Soy todas vosotras, vuestras rocas, vuestros abismos y vuestras nieves. O lo que es lo mismo, no soy nada. Pero me llaman eider. Y ahora, también vagamontañas.

Los Huascaranes callan. A partir de aquí, continuamos con un diálogo tranquilo de vacíos, una charla de palabras ausentes y silencios, y luz, luz, sobre todo mucha luz.



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Portada de la novela "Mi montaña", ganadora del Premio Desnivel 2010