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Finalistas del Premio Desnivel de Literatura 2012
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19 de Septiembre de 2012

Finalistas del Premio Desnivel de Literatura 2012

Pati Blasco

El próximo viernes 21 de septiembre se reúne el jurado para decidir qué libro será el ganador del próximo premio desnivel de literatura. Para que os hagáis una idea y nos deis vuestra valiosa opinión aquí os dejamos la primera página de cada finalista.

Este año los cuatro manuscritos finalistas son muy diferentes, en estilo, forma, contenido… todos tienen ese viaje, esa aventura, esa montaña que buscamos desde Desnivel. Desde los andes, al Himalaya pasando por cualquier vivac de esos que nos hacen confesar y reflexionar. El jurado y el nombre de los finalistas serán secreto de estado hasta el momento del fallo, pero seguro que les va a costar discernir entre estas cuatro historias cuál va a ser la merecedora del Premio. Es lo duro de elegir, siempre algo se queda atrás… el viernes por la noche ya lo sabremos.

Mientras podemos disfrutar de estos comienzos, porque cuando nadie te ha dicho nada de un libro y te acercas a las estanterías a ojear, y lees la primera línea, el primer párrafo, la página en la que se inició todo… muchas veces te decides y te lo llevas a casa. A veces te equivocas y las expectativas puestas en esa cuartilla inicial no se alcanzan, posiblemente otras muchas dejas libros estupendos sin leer porque el principio no era tan cautivador como esperabas… aquí colgamos esa primera página de cada manuscrito finalista, quién sabe si os dirá algo, cada historia tiene su vida propia y íntima que cada uno interpreta desde su historia personal como lector… aquí van ¡qué lo disfrutéis!

EL PAÍS AZAFRÁN

Tardo unos segundos en desperezarme, lo justo para cruzar la línea imaginaria del cristal que me separa del mundo exterior. Volamos a once mil metros y la temperatura es de 35º bajo cero. El horizonte es un perfil dentado de montañas heladas que separan el altiplano tibetano de lo que durante muchos años fue el reino de Nepal. Estoy frente al Himalaya, la cordillera más elevada del planeta, la morada de los Dioses…
He tenido que dejar atrás meses de preparativos, de sueños, a veces de pesadillas para llegar al inicio de la aventura. Ahora todo me parece irreal. Es como si tratase de beber un elixir delicioso en una copa de cristal que está a punto de romperse en mil pedazos. Quizá todavía estoy dormido. A veces me cuesta distinguir entre la ficción de mis fantasías y la realidad que me rodea. El aterrizaje en Kathmandú me da la respuesta. Voy camino del Great Himalaya Trail. Todo cobra sentido lentamente.

Kathmandú no parece Kathmandú. El bullicio habitual de las temporadas de trekking, que coinciden con los periodos previo y posterior a las lluvias monzónicas del verano, ha sido sustituido por una paz cristalina. Las calles están casi vacías. Todo parece más limpio. Solamente el sonido de las bocinas de coches y motos me recuerda dónde estoy. Mientras paseo por las calles de Thamel intentando recuperarme del adormecimiento que me provoca el cambio horario, trato de aclararme. ¿A qué vine de nuevo a Nepal?
Este país de ochocientos kilómetros de largo por doscientos de ancho vive encerrado entre colosos de la talla de China y la India. Durante siglos, se rigió por las directrices marcadas desde el Palacio Real por una dinastía monárquica que, a pesar de su carácter absolutista, casi autócrata, era apreciada por el pueblo. Una década de revueltas provocadas por los Maoístas, que acabó convirtiéndose en una guerra civil encubierta, puso fin al régimen. Pero por encima de identidades políticas, religiosas o étnicas, lo que de veras distingue y condiciona a este pequeño estado es la presencia de la cordillera del Himalaya. Nada escapa a la mirada vigilante de las montañas, que son veneradas como algo sagrado.
Hace unos años, casi por casualidad, descubrí en una librería de Kathmandú un mapa con una línea pintada a trazos de colores sobre el territorio de Nepal. Se iniciaba en un extremo y, cambiando gradualmente de tono, llegaba hasta la otra punta del país. Por un impulso incomprensible, supe de forma instantánea que quería recorrerla. Más de mil setecientos kilómetros, collados de cinco y seis mil metros sucediéndose de forma ininterrumpida, tres meses de travesía… No cabía duda. Estaba frente a una de las aventuras más exigentes del mundo. Decía Umberto Eco que “hay veces que te enamoras porque en ese momento, tenías una necesidad ineludible de enamorarte”. Debió de ser algo así. A veces las cosas no tienen remedio. Es mejor no darles demasiadas vueltas.

LA MONTAÑA O EL AMOR

El tono del móvil que sonaba entre un pato Donald de peluche y un pequeño tambor exótico pareció ser un bolero triste durante los pocos segundos en que se pudo escuchar.
—¡Dime, Patxi! —contestó la persona que se había levantado a cogerlo desconectándolo del cargador.
—¿Cómo sabías que era yo? —se oyó que replicaban.
—Porque siempre me interrumpes… no, es broma —continuó tras una pausa—, es que te tengo grabado en la memoria… y anda, a ver si te compras un móvil, que estás en la edad de piedra.
—¡Bah! Paso, con que tengáis los demás, me vale. Yo quiero localizar, no estar localizable.
—Muy bueno.
—Oye, ¿te viene bien quedar hoy a tomar un café?
—Si sabes que no tomo café…
—¡Hombre! Es una manera de hablar. ¿Podemos vernos? Tengo que comentarte algo.
—¡Ostras! Es que… estoy muy liado. Salgo de viaje mañana y tengo que acabar unas historias… ¿por qué no me lo comentas ahora, por teléfono?
—Mira, a mí hablar por teléfono no me gusta, ya sabes. Cada uno tenemos nuestras manías… además, lo que te quiero pedir es una cosa que requiere su atmósfera.
—Venga, Patxi, please. Ya pongo yo ruido de bar… cucharillas, cafetera, máquina tragaperras… clin, clin, clin, prof, taca taca taca.
—¡Qué cabrón! Ya verás cuando necesites tú algo… te haré ponerte de rodillas… Bueno —continuó ya sin el tono de enojo con el que había comenzado—, te lo cuento ahora si prefieres. Mira, el caso es que desde la federación me piden que busque un jefe de expedición.
—Hmm.
—…han tenido una renuncia de última hora y están en pelotas, porque todos los posibles sustitutos están ya con otros proyectos, la mayoría, te puedes imaginar, expediciones comerciales.
—¿Y?
—Pues que tienen que encontrar a alguien como sea; porque la pasta ya la han puesto. Para que te hagas una idea, la cosa está tan al límite, que el único requisito es que sea navarro. Para tu info, el reparto inicial era que a la federación Navarra le correspondía la jefatura, subían vascos y aragoneses y filmaba TV3.
—Pero Patxi, a ver, explícate un poco más. ¿Qué expedición es? ¿A dónde? ¿Cuándo?

DESDE EL SILENCIO

El primer silencio llegó con el alivio por la quietud del monstruo trepidante que no había dejado de sacudirnos con violencia durante el tiempo breve o infinito en que esperé la muerte, de ojos cerrados, acurrucado en mi asiento, oyendo el sonido grave de los motores y su último desesperado rechinar. Tras un golpe fuerte siguieron otros ruidos pavorosos e incomprensibles y sentí de pronto olor a combustible y el aire frío golpeándome la cara.
Ningún instante era igual al anterior pero cada uno tenía su amenaza, su señal inequívoca de que algo grave estaba sucediendo, aunque el avión siguiera dando tumbos, lo que hacía suponer que no se trataba de un choque con alguno de esos picos de montaña que había llegado a ver momentos antes demasiado cercanos a la ventanilla en que venía apoyando mi cabeza, adormilado. Esas paredes oscuras, en parte cubiertas por la nieve, que surgían y desaparecían vertiginosamente tras las nubes, habían logrado en un instante disipar mi somnolencia y pude entender entonces que estábmos a un pelo de estrellarnos por las furiosas turbulencias que nos lanzaban em pozos de aire cada vez más profundos.
Pero el primer silencio no era el de la muerte, aunque en un primer instante yo creí que sí y me asombré de que, aún sin vida, se conservara intacta la conciencia.
Abrí los ojos. Me había salvado. No le daría ese dolor a mis padres como temí tan intensamente en los que creí mis momentos finales. Ese silencio no era el de la muerte pero ella había pasado demasiado cerca, todavía revoloteaba por allí y yo, un poco aprisionado en mi asiento, en una extraña posición vuelto hacia atrás, pude verla en el rostro de una mujer herida fatalmente, tendida en el suelo a escasa distancia.
—¡Adolfo! ¿Qué pasó? —grité, aún sin verlo.
—Nos hicimos mierda en la cordillera —contestó la voz de mi primo desde lejos.
No era difícil darse cuenta de esto con tan sólo mirar alrededor, pero parecía necesario que alguien lo dijera, como si las palabras esclarecieran esa realidad que tan de golpe costaba comprender; Nos habíamos caído en la Cordillera de los Andes, aquella que casi todos habíamos admirado un rato antes desde el aire, como paisaje soberbio y majestuoso. Pero esa vista tan lejana e inaccesible como podía ser una panorámica de viajes, se había convertido repentinamente en el único suelo que podríamos pisar: el de esas cumbres desoladas y yertas en las que no había otra cosa que nieve y piedra.

LECTURAS DE VIVAC

Hubo un tiempo (parece lejano y fue ayer) en el que los alpinistas se transmitían unos a otros la información que les atañía en conversaciones de refugio, en los salones de los clubes de montaña o en algún viejo y entrañable bar, que también era tienda, próximo al macizo de rigor y de turno. Unos años en los que los soportes de esos datos eran unos croquis pergeñados en el envoltorio de una tableta de chocolate, en un papel de estraza, o en cuadernos de campo: aquellas libretitas de tapa dura, escondidas en una lata de caramelos o de tabaco, adornadas con grabados coloristas y evocadores de otros mundos. Cuando alguna fotografía describía una ruta o un pasaje, era de albricias. Las películas estaban reservadas a la élite del oficio y, como mucho, teníamos la diapositiva, el precedente de la era digital. En estas décadas la información todavía era relativa, infinitamente inferior a la actual. Pero, justo por ello, las tertulias eran animadas, apasionantes; incluso magníficas, si los componentes del círculo gozaban del don de la palabra. En el ámbito técnico, quizá lo más hermoso fuese la descripción y el comentario de los pasos; en el humano, las historias y su entorno, las épocas.
En ocasiones, para un escalador clásico, el hecho de superar determinada ruta representa un auténtico rito de paso, dicho esto en el más puro sentido antropológico del término. Los grandes trazados, las líneas tradicionales, siempre guardarán en sus entrañas esos puntos calientes, erigidos en hitos concretos gracias a su dificultad, belleza o historia. Es indudable que cada alpinista posee sus propias facultades, dones y carencias: unos van mejor en adherencia, otros son más finos en fisura; hay quien odia las chimeneas, mientras que algún sujeto que conozco parece haber sido deshollinador en una vida pasada. Pero hay algo que quiero pensar que nos iguala a todos: el amor a la montaña.
Decía María Moliner sobre el amor: “sentimiento expresado por una persona hacia otra, que se manifiesta en desear su compañía, alegrarse en lo que es bueno para ella y sufrir por lo que es malo”. Si esta primera definición de tan manido término sobrecoge por su concisión y podría retratar a alguna cordada, el genio y la pluma privilegiada de la gran no-académica de la Española regala a la sensibilidad otra esmeralda literaria: “Deleite o gusto con que se ejecuta una obra”. Buena o mala, una vía es una obra, ¿verdad? ¡Igual que un libro!