0 artículos
0 €

Noticias

Josep María Cuenca, autor del libro Una aproximación: "Arriesgarse por lo que uno quiere me parece la mejor manera posible de vivir"
Compartir en:

12 de Junio de 2017

Josep María Cuenca, autor del libro Una aproximación: "Arriesgarse por lo que uno quiere me parece la mejor manera posible de vivir"

desnivel.com

Una aproximación, finalista del Premio Desnivel de Literatura 2016 y prologada por Juanjo San Sebastián, tiene entre sus múltiples riquezas que es una historia de personas, de amistad y de un momento social de cambio en el mundo de la montaña y la escalada. Una aproximación es un relato de vida y como bien dice su autor «la montaña amplifica la experiencia de la vida, tanto la interior como la exterior; por eso es tan adictiva».

¿De dónde te nace ese amor por contar historias de montaña?
Creo que el montañismo ?al igual que el ciclismo de carretera, otra de mis pasiones? posee una inmensa potencia como alegoría de la vida. Escalar una montaña te expone a situaciones en las que has de dar lo mejor de ti mismo y, al mismo tiempo, controlar lo peor. Y, desde luego, el montañismo es una fuente de placer y de belleza que además verifica la máxima machadiana de que se hace camino al andar. En tanto que escritor, me resultaría imposible no escribir sobre montaña.

¿En la aproximación a una pared se hace recapitulación de una vida?
Sin duda, se puede. Y hasta me parece algo casi inevitable. Es más: creo que incluso durante las ascensiones, la montaña invita constantemente a pensar y a sentir. Hay muchos momentos durante una subida en que la concentración máxima no está activada: reuniones, terreno fácil o familiar, un vivac... Y, por otra parte, la montaña amplifica la experiencia de la vida, tanto la interior como la exterior; por eso es tan adictiva. De ahí que nos conduzca constantemente al pasado (a lo vivido y experimentado). Porque el futuro no existe y el presente se vive. Lo único que nunca se está quieto es el pasado. Sí, estamos hechos de la materia de los sueños, como decía el Próspero de Shakespeare, pero también nos constituye la memoria.

¿Qué querías contar en Una aproximación?
Dicho de un modo muy sintético, he querido hablar sobre todo de tres cosas. Por una parte, recrear narrativamente un período capital en la historia del montañismo, no sólo en España (aunque aquí llegó un poco más tarde) sino en términos globales: el de la modernidad y una cierta democratización en cuanto al acceso a la montaña. Un período que, además, tuve la suerte de vivirlo de un modo directo. Yo he escalado, sobre todo, entre 1982 y la década de los noventa. Todo lo que entonces sucedió en el gremio montañero fue una verdadera transformación material y mental, y para algunos supuso además constatar algo que para mí resulta emocionante: que a diferencia de mis padres y a pesar de no pocas adversidades, a mí la vida me estaba ofreciendo la posibilidad de elegir y de ser mucho más libre que ellos. Por supuesto, procuré aprovecharlo y disfrutarlo al máximo.

Por otra parte, he pretendido proponer la revisión del pasado montañero desde una perspectiva más amplia que la habitual, centrada sobre todo en las trayectorias de vanguardia. El montañismo es un fenómeno social y, para poder entenderlo, debe vincularse a los contextos históricos generales. Hay que argumentar más y mitificar menos, y sobre todo hay que problematizar los análisis. En nuestro gremio hay demasiada condescendencia hacia nosotros mismos. Hay que introducir crítica, sin que ello suponga dejar de lado la cordialidad.

Y, por último, escribir Una aproximación ha sido una forma de expresar mi agradecimiento a la montaña y a los amigos que ella me ha dado.

Los tres protagonistas tienen personalidades muy bien definidas. ¿Te has inspirado en personas reales?
Sí, en buena medida, pero no únicamente. Son personajes que he construido a la carta, por así decirlo, con partes físicas y psicológicas de gentes muy diversas que he conocido. Pero también hay bastante de imaginación.

¿Hasta qué punto mezclas ficción y realidad?
No siento la menor simpatía por esas supuestamente novedosas tendencias literarias que estimulan a mezclar realidad y ficción: me parecen modas vacías y, como todas las modas, tan pasajeras como las promociones primaverales de El Corte Inglés. Creo que la ficción debe ser autónoma, valer por sí misma, y no apoyarse de manera oportunista en “hechos reales”. Por eso quiero subrayar que Una aproximación es una novela. Dicho lo cual, en ella hay mucho, muchísimo de autobiográfico. Por una razón de elemental honestidad: un escritor debe escribir de lo que sabe, de lo que ha vivido.

Pareces especialista en retratos humanos ¿Quizá se deba a tu experiencia como biógrafo?
¡Gracias por el piropo! He escrito varias biografías y espero poder escribir alguna más (y alguna montañera, por cierto), pero no sabría decirte hasta qué punto esa experiencia interesantísima de meterme en vidas ajenas (pero no de ficción) me es de alguna utilidad a la hora de escribir narrativa. Sí tengo claro que para que un personaje de novela se sostenga por sí mismo es preciso ir más allá del estereotipo.

Desde mi punto de vista es un gran relato de amistad...
Me alegra que me lo digas. Porque algo parecido a eso ha sido una de mis intenciones mientras lo escribía.

El narrador de Una aproximación, en un momento dado, confiesa: «escalaba y escalo con la absoluta convicción de que, lejos de anhelar cualquier certeza, lo que me empuja a seguir yendo a la montaña es la necesidad de mantener vivo y rutilante mi inventario infinito de dudas, inquietudes e ignorancias». ¿Escalas con esa idea?
Sí, pero no porque desee que sea así, si no porque creo que es así. Los seres humanos buscamos seguridad y certezas, pero eso casa fatal con nuestra condición de seres mortales, extraordinariamente vulnerables. La filosofía, el cine, la literatura... cuando son buenos, lo son porque saben plantear preguntas, no porque den respuestas (cuando ofrecen respuestas se convierten en publicidad o en alguna modalidad de adoctrinamiento). No solo estamos aquí de paso, sino que además no sabemos cuándo acabará nuestro viaje. Creo que es mejor vivir aceptándolo que escamoteándolo (es decir, autoengañándonos). De ahí que se equivoquen de plano quienes se mofan de los montañeros presentándolos como unos piraos. Arriesgarse por lo que uno quiere me parece la mejor manera posible de vivir.

¿Por qué piensas que puede atraer o enriquecer al público de Desnivel este libro?
No me atrevería a decir por qué, pero sí sé que me gustaría mucho ser leído por los lectores del entorno de Desnivel. Les diría, eso sí, que he escrito Una aproximación con la esperanza de que los miembros de la comunidad montañera que se decanten por leerme puedan reconocerse en alguna medida en los tres personajes protagonistas y en algunas de las situaciones que relato.

¿Crees que a los personajes de tu historia les gustaría leerla?
Me encantaría que así fuera, y que salieran de las páginas del libro y me pidieran que les firmara un ejemplar que, por descontado, habrían comprado “religiosamente” en alguna librería. Por supuesto, les cobraría el precio adicional de la dedicatoria: una cerveza y unas patatas bravas. 

Que Juanjo San Sebastián haya escrito el prólogo de tu libro es un verdadero lujo... ¿Qué ha significado para ti?
Conocí a Juanjo hace diecisiete años en Bilbao, y a pesar de que nos hemos tratado muy poco siento un gran aprecio por él. Me parece un hombre que piensa y actúa con la plena conciencia de que la vida le ha tratado bien y de que una de las maestras básicas de los seres humanos es la humildad. Cuando supe que prologaría mi novela me alegré mucho. Y cuando leí su texto me pareció informativamente modélico y me emocionó. Es excelente por tres razones muy infrecuentes: porque no lo utiliza para autopromocionarse; porque no me hace la pelota; y porque cumple su función al milímetro: previene al lector ante la obra en la que está a punto de adentrarse.

Te aproximas a una pared caminando, acompañado de un viejo compañero de cordada y… dime un recuerdo que te asalte.
El más intenso, aunque no el único, probablemente sería melancólico: la nostalgia de no poder volver a experimentar la edad de la inocencia pura, por así decirlo (las primeras escaladas ?eufórico y acojonado? en Montserrat, Castelldefels, el Pedraforca...); esa edad en la que se siente que hay en uno mucho más futuro que pasado. Pero inmediatamente después de esa evocación seguro que me asaltaría alguna otra absolutamente feliz. Por ejemplo, una tarde soleada de verano caminando entre los lagos del Carlit tras haber pasado un par de horas holgazanas y dichosas en la cima; o el último y precioso largo de la Puigmal del Cavall Bernat, hipnotizado por el silencio, el vacío y el vaivén metálico de los estribos; o, en fin, el ascenso en un día de otoño muy frío y despejado al Mont Valier.


Información adicional